martes, 14 de junio de 2011

El viaje y la mujer

Sara era una joven caprichosa, arrogante y muy bonita. Tuvo la suerte de haber nacido en cuna de oro y, además, era hija única. Sus padres, claro está, siempre la consintieron en todo capricho que ella exigía con una cruel dulzura, la cual envolvía a sus padres, haciéndoles caer rendidos ante sus encantos. Sara nunca recibió un “no” como respuesta; todo era como ella quería. Desde muy pequeña, asistió a colegios muy caros y sofisticados. Cuando por fin terminó sus estudios en la secundaria, decidió tomarse un tiempo antes de decidir qué era lo que quería estudiar como carrera profesional. Sus padres, ante tal decisión, creyeron que sería bueno enviar a su hija a un viaje para que pudiera relajarse y, así, por fin, saber qué era lo que tenía pensado para su futuro.
Pasaron unas semanas antes de que Sara tomara el vuelo para Francia. Cuando por fin llegó el día esperado, la joven se encontraba entusiasmada por el hecho de que podría deshacerse de sus padres por algún tiempo, los cuales, constantemente, la habían estado molestando para que tomara una decisión. Ya era exactamente el momento de partir y, como siempre, Sara, arrogante y engreída, se despidió ligeramente y sin importancia de sus padres, los cuales se quedaron muy tristes ante tal actitud.
Al día siguiente, la joven había llegado a su destino. Horas después, se dirigió hacia el hotel que sus padres habían reservado para ella. Una vez instalada en aquel lugar, decidió tomarse un baño y descansar por unas horas. El día se estaba acabando y la luz del sol parecía consumirse en cada minuto que transcurría. Cuando se despertó, miró hacia la ventana y, al ver que ya oscurecía, decidió arreglarse para empezar su recorrido por la ciudad. Sus padres le habían depositado en sus tarjetas una fuerte suma de dinero, el cual debía durarle por algunos meses; sin embargo, a ella parecía olvidársele que el dinero pronto se acabaría. Noche tras noche, Sara tenía la costumbre de salir a tomar unos tragos a un bar. Pero un día, cansada de visitar los mismos lugares y ver a las mismas personas, sin que una de ellas pudiera parecerle lo suficientemente interesante como para entablar una conversación, decidió que sería bueno hacer un viaje en tren hacia París.
El día había llegado, y Sara tenía todo planeado para poder divertirse. Había decidido también no contarles nada a sus padres acerca del viaje a París, ya que ellos la molestarían haciéndole preguntas acerca de su decisión.
De pronto, el viaje había comenzado y, suavemente, sintió cómo el tren se deslizaba por los rieles. El sonido que propiciaba el tren parecía invitarla a un viaje extraordinario. Se encontraba emocionada por la experiencia que pronto iría a vivir, sin embargo, no se había percatado de que el dinero de sus tarjetas se le había agotado y que ya no contaba con ningún miserable dólar en la cuenta. Sara no podía comprender cómo esto le estaba pasando a ella: una chica adinerada, bella y elegante. No podía rebajarse a pedirle dinero a nadie, y tampoco podía hacerlo porque no conocía a nadie en ese lugar. Pensó muy rápido en llamar a sus padres. Claro, como siempre, ellos la ayudarían y la consentirían en todo, pero ello tampoco podía hacerlo, ya que sus padres tenían pensado de que ella se encontraba en el lugar al que la habían mandado. De pronto, Sara sintió un miedo y una rabia profunda que invadía su cuerpo. Lo único que le quedaba era llorar amargamente: nunca se había sentido tan mal y tan tonta por no haber sabido precaver las consecuencias de sus actos.
Horas después, Sara recorría los pasillos pensando en una solución. Sin darse cuenta, había llegado a un lugar en donde había mesas con inmensas ventanas que reflejaban el hermoso paisaje que la rodeaba. Muy afligida y acongojada, decidió sentarse. Mientras contemplaba el paisaje, una mujer se acercó y le preguntó: “¿Podría sentarme? Claro, si no te incomoda. Es que no quiero estar sola en este largo viaje”. Y Sara, tan arrogante como su persona, le respondió: “Claro, hazlo. Igual, ¿qué más da?”. Durante un tiempo, Sara no fue capaz de dirigirle la palabra. Entonces, fue cuando aquella mujer le preguntó: “¿Te encuentras bien? Parece como si tuvieras un gran problema y no sabrías cómo solucionarlo. Lo veo reflejado en aquellos hermosos ojos”. Sara ya no podía más: sentía que, en algún momento, iría a derrumbarse. El mundo se había confabulado en su contra para que aprendiera a tomar las cosas en serio, pensó. “No, no me pasa nada”, dijo con voz temblorosa. “¿Qué cree? ¿Que voy a contarle a una extraña lo que me sucede? ¡Qué locura!. No puedo humillarme ante nadie con esta situación”. “¿Cuál es tu nombre?”, preguntó con voz cálida la mujer. Sara respondió con un tono suave. “Mucho gusto, Sara. Yo soy Alejandra Robledo. Si me lo permites, yo podría ayudarte en lo que necesites. No tienes que ser tan dura y engreída”, dijo sonriendo. ¿Quién demonios se cree esta mujer? “Pues, no me pasa nada; sólo estoy pensando”. “Sara, la vida nos enseña que, muchas veces, debemos dejar nuestra arrogancia y pedir ayuda cuando la necesitamos”. Una pausa y un silencio interminable invadieron aquella habitación en la que se encontraban. De pronto, Sara sintió cómo las lágrimas invadían velozmente, y sin pedirle permiso, sus claros y marrones ojos. “Está bien –dijo, soltando una lágrima–. Había decidido viajar y divertirme en París, pero no me había dado cuenta de que mis tarjetas ya no contaban con dinero, así que, sin pensarlo, compré un boleto para este viaje. Y, ahora que me he dado cuenta, no tengo cómo regresarme al hotel en donde me encontraba y mucho menos tengo de dónde pedir ayuda a mis padres, aunque eso también es vergonzoso, ya que, a pesar de mi edad, no he podido resolver nada yo sola, así que no sé qué hacer”. Alejandra la miró fijamente y, con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Mira, Sara, las cosas y la vida siempre te enseñan algo, y creo que, esta vez, aprendiste la lección. Yo voy a ayudarte a regresar a tu hotel. Alguna vez fui joven y consentida como tú, pero ahora, con las experiencias y con la cruel realidad, me pude dar cuenta de que no todo era color de rosa. Así que lo único que te pido es que reflexiones de toda la suerte que tienes y que no has sabido aprovechar. Deja tu arrogancia y tu egoísmo y aprende a darle valor a lo que tienes”. Sara no comprendía por qué ella la ayudaba, pero una cosa sí tenía claro: este viaje le había enseñado muchas cosas. “Gracias, aunque no te conozco, creo que no podré olvidarte jamás”, respondió Sara, anonadada.
El viaje había terminado. Por fin, Sara se encontraba de regreso a casa. Alguien esperaba por ella en el aeropuerto: sus padres. Al bajar del avión, lo único que deseaba era ver a sus padres y abrazarlos fuerte, agradeciéndoles, de esa manera, todo lo que ellos hacían por ella, y lo que nunca demostró ella hacia sus padres. Por fin se encontraba frente a ellos. Soltó lo que tenía en las manos, corrió y les dio un fuerte abrazo. Sus padres, sorprendidos, pero muy felices, lloraron de emoción: sentían que una nueva hija había vuelto a casa. En un momento, el padre de Sara le dijo: “Hija, ¿ya sabes qué es lo que deseas para tu futuro?”. Sara, sonriendo, le respondió: “Padre, por favor, no arruines el momento”. Y, en ese instante, todos se inundaron en carcajadas.

Tu boca

Estoy deseando acercarme a tu boca
Busco alguna forma y aun no doy con ella
Como hacerlo si te tengo tan lejos
Quiero sentir el calor de tus besos
Sentirte por completo y dejar de respirar por un momento
Dejar de pensar y soñar que contigo puedo estar

Despierto pensando en ti y sueño despierta contigo
Tu rostro, tu sonrisa, tú mirada…
Tu eres perfecto para mi, eres lo que tanto anhelaba
No sabía que existía este extraño sentimiento que ahora siento
Contigo estoy descubriendo que aun existe lo que por mucho tiempo deje olvidado
Ya no se qué hacer si tú no estás, trato de no pensarte
Pero es imposible, es como pedirle a Dios que me quite el corazón.
Ese corazón que late a mil por hora con sentir tu presencia.

No logro entender porque si estando tan lejos te siento tan cerca
Es como si con verte pudiera tocarte y soñarte sin querer despertar
Solo puedo decirte que para mi soledad el remedio eres tú
Pero si te marcharías estoy segura que volvería a enfermar y esta vez no podría sanar

Te veo en todas partes y escucho tu voz en el aire
Te siento sin querer y te quiero sin sentirte
Es loco como te encontré, por que fuiste un extraño
Que logro convertirse en la pieza que le faltaba a mi rompecabezas
Esa pieza que ahora extraño porque no está a mi lado.

UN VIAJE, UN CAMINO Y LA SOLEDAD

Necesitaba descansar, tomar algo para despabilarse. La ruta estaba oscura y todavía tenía que conducir varias horas. El hotel era el único que había visto en kilómetros. Las luces interiores le daban cierta calidez, y había dos o tres carros estacionados frente a los ventanales. Dentro, una pareja joven comía hamburguesas. Al fondo, un tipo de espaldas y otro hombre, en la barra. Se sentó junto a él; cosas que la gente hace cuando viaja demasiado o cuando hace tiempo que no habla con nadie. Pidió una cerveza. Inmediatamente, apareció ante ella un joven. Era alto, delgado y bronceado, como un camarón. Mientras tomaba la orden, ella no dejaba de admirar sus grandes, redondos y claros ojos de rasgos felinos. Pasadas unas horas, sintió que había tomado un largo descanso. Entonces, sigilosamente, se paró, cogió su chaqueta y caminó rápidamente hacia la puerta. Había decidido empezar de nuevo su largo y pesado viaje; de pronto, se dio cuenta de que había olvidado su billetera, así que regresó. Mientras lo hacía, sintió un olor, de esos que te recuerdan al pasado. Por un momento, olvidó lo que tenía en mente, ya que ese delicado y dulce aroma la envolvía de pies a cabeza. Cuando se dio cuenta, repentinamente, aquel aroma se había esfumado, tan rápido y tan lento a la vez, que la dejó perturbada. Entró rápidamente hacia el hotel y miró hacia la barra: aún permanecían ahí las mismas personas que había visto al entrar la primera vez. Se acercó y le preguntó al joven si no había dejado su billetera. Este contestó: “Por supuesto, señorita. ¿Se refiere a esta?” Una vez más, se quedó observándolo pausadamente, sonrió y sólo atinó a decir que sí. Era esa la billetera: delgada, de colores vivos y festivos, así como era ella.

Cuando por fin se dio cuenta, ya era tarde, de manera que salió apresurada de aquel lugar, sacó las llaves del bolso, prendió el auto y arrancó ligeramente. En el camino, empezó a recordar lo que había vivido por unos minutos en aquel lugar: primero, aquel joven; segundo, el aroma del pasado. Pronto se dio cuenta de lo que estaba pasando: se sentía triste y sola –un sentimiento del tamaño de una manzana que se encontraba atravesada en la garganta–. Se preguntó una y mil veces si realmente lo que hacía era lo correcto; sin embargo, la respuesta siempre fue la misma: no, no estaba bien, pero qué importaba si era lo que ella creía que debía hacer. Muchas de sus amigas le insistieron en que no se dejara llevar por sus locos e inexplicables deseos, pero, pese a ello, ella decidió hacerlo.

Continuó en su búsqueda, como lo hace un niño buscando un juguete para sentirse alegre. De repente, el amanecer la había alcanzado cual atleta alcanza la línea para llegar a la meta. Miró hacia la izquierda y pudo observar algo tan brillante, tan grande, tan hermoso: era el sol que había salido para hacer la mañana más cálida y más radiante. Por un momento, detuvo el auto, sacó la cámara y decidió tomar algunas fotos para captar algunos lugares de aquel pueblo. De pronto, se dio cuenta de la agria realidad: todo se veía tan apagado, viejo y arruinado. Tenía un sabor amargo: era el sabor de la soledad. Durante mucho tiempo, había vivido rodeada de un mundo lleno de color, al cual no le faltaba vida y sólo tenía que estar ahí para disfrutarla, pero lo que había frente a sus ojos, en ese preciso momento, era tan distinto a lo que ella había estado acostumbrada a ver. Fue ahí cuando, por fin, se dio cuenta de que el mundo no era color de rosa, y que ahí, frente a ella, tenía la prueba suficiente para poder notarlo. Sentía calor, coraje y un nudo en el estómago que hacían notar su desconcierto. Algo aturdida, volteó, abrió la puerta del auto y decidió continuar. Estaba aprendiendo más sobre las cosas de la vida. De repente, comenzó a pensar de que tal vez la idea loca e inexplicable de seguir el deseo que había vivido durante mucho tiempo dentro de ella (el de salir en búsqueda de la verdad) estaba dando buenos frutos.

Ya eran las ocho de la mañana y aún no había llegado al lugar que había planeado. A lo lejos, observó una casa gorda, alta y algo pálida por falta de pintura. Se sentía agotada y no podía seguir manejando. Detuvo el carro sigilosamente, salió muy despacio, se dirigió a aquella casa y, sin imaginar lo que estaba a punto de pasar, tocó fuertemente la puerta. De pronto, escuchó el chillido de unos pasos cansados. Finalmente, sintió que estaban a punto de abrir la puerta y, cuando lo hicieron, la sorpresa fue tan grande que cayó desmayada al suelo.

Te vi venir

Odiar, gustar, amar, querer son sentimientos que generan satisfacción o también mucho dolor. Por eso durante mucho tiempo traté, supliqué, evité y hasta me alejé de todo aquello que pudiera hacer surgir en mí, lo que antes mencioné. No podía estar más tranquila con mi vida, a pesar de las dificultades de la misma, el día a día, el mes a mes, todo estaba felizmente establecido con mis rutinas, no existía angustia, temores, dificultades y mucho menos sufrimientos, todo era perfecto hasta que te vi. Fue aquel día, aquel minuto, aquel segundo aquel momento fugaz en que te vi, no basto más que una mirada para que no pudiera dejar de pensar en ti. Te vi entre la oscuridad, te vi entre las personas y te vi hasta en la música que sonaba fuertemente, es ahí donde te vi. Te encontrabas alejado bailando, bebiendo, hablando y sonriendo, y por un segundo te fijaste en mí; te detuviste, me miraste, te acercaste y me sacaste a bailar. Te vi fijamente a los ojos, no podíamos dejar de sonreir, mientras que la música continuaba su curso melodioso, nosotros continuábamos emocionados por lo que estaba surgiendo, quien sabe quizá era una simple amistad o quizá algo que podría funcionar, ninguno de los dos sabia lo iría a pasar. Después de un largo tiempo, nos volvimos a encontrar, te vi ahí parado junto a un árbol esperando por mí. Te vi venir, caminabas rápido, luego más rápido, lento y luego más lento, te detuviste, me miraste y finalmente sonreíste, seguidamente atinaste a decir: hola como estas? , no sabía que decir, pues lo único que quería era estar junto a ti. Sin embargo, el tiempo no dejaba de transcurrir y cuanto menos lo esperábamos ya era tarde, oscurecía, prontamente nos dimos cuenta de que era la hora de partir. Te vi ahí parado junto a mí y pronto me di cuenta de que no podía más, no podía dejar de mirar, no podía dejar de suspirar, no podía esperar para estar a tu lado una vez más. Que fácil era recordarte, que difícil esperarte y que imposible me parecía que algún día podría olvidarte. Te vi nuevamente, en el lugar de siempre, te vi sentado y un poco atolondrado, te vi triste y te vi alegre, pues tú no sabes expresar cuál es tu verdadero estado emocional. Te vi y mil veces te volvería a ver, porque eres aquel chico al que llegue a querer. Pero valdría la pena volverte a ver si tú sintieras lo que yo siento por ti, pero huyes, corres, te escondes. Acaso le temes al amor? , no lo sé, pero aun me sigo preguntando si algún día volverás a ser lo que fuiste aquella vez.

lunes, 21 de abril de 2008

Un dia como todos?

Los dias que pasan son tan diferentes uno a otro, que cuando te fijas bien te das cuenta de eso y mucho mas. Por otro lado al salir de mi casa voy a tratar de capturar mi perspectiba del mundo y a travez de mi fotorelato tratare de enseñarles mi mundo real.